Literatura

La niña Marguerite Duras y su amante chino
A 30 años de una de las novelas eróticas más relevantes

Por Adriana Muscillo

La escena que da inicio a la novela "El amante", de Marguerite Duras, adaptada al cine.

Ella tenía menos de 16 años y él, 27. "El amante de la China del Norte", de 1991, es una reescritura de "El amante", consagrada en 1984.

Indochina (actual Vietnam). 1929. La niña blanca, nacida en la colonia francesa, no llega a los 16 años. Es bonita. Está apoyada frente a la baranda de un transbordador, sobre el río Mekong. Lleva un vestido modesto de falda corta; zapatos viejos, raídos, con unos brillitos como de cabaret. Lleva, también, una maleta "indígena" de cartón piedra, un sombrero de hombre en su cabeza y dos trencitas a los costados.

El chino, de 27, es alto y elegante. Tiene la piel blanca. Usa traje de seda cruda y zapatos ingleses color caoba, propios de "los banqueros jóvenes de Saigón". Viene de Manchuria, del Norte de China.

La atracción es inmediata. "No se miran, se ven".

Él le ofrece cigarrillos (saca una cigarrera cara), se acoda en la baranda. La niña mira al río, comienzan a dialogar…

El amante de la China del Norte es una de las más destacadas obras de la novelista francesa Marguerite Duras, publicada hace 30 años, el 13 de junio de 1991, por la editorial Gallimard.

La adaptación al cine de Jean-Jacques Annaud (El amante, 1992) –que no gustó mucho a la autora– se estrenó cuatro años antes de su fallecimiento, ocurrido el 3 de marzo de 1996.

El libro es una reescritura de El amante, novela publicada en 1984, con la que Duras ganó el Premio Goncourt y que fue traducida a cuarenta idiomas, con récord de ventas (más de tres millones de ejemplares vendidos).

Novela erótica

Considerada como una de las novelas eróticas clásicas más relevantes del siglo XX, es una historia autobiográfica de amor imposible, impensado.

Escrita en prosa poética, en tercera persona con frases cortas y contundentes, la narración despliega una poderosa y fina sensualidad.

Los personajes principales no tienen nombre. Son "la niña" y "el chino".

La escritora francesa Marguerite Duras (1914-1996). Foto EFE/ John Foley.

La niña, sumida en la densa atmósfera de una familia pobre y disfuncional, con una madre viuda y agobiada, amargada, desbordada; un hermano mayor de nombre Pierre, violento, vividor, adicto al opio y un hermano menor, Paulo, llamado en la historia "el hermano pequeño" o "el niño diferente" al que la niña ama incestuosa y obsesivamente, al punto de temer enamorarse del chino.

"No quiero querer más que a Paulo hasta mi muerte", dirá. También ama locamente a Thanh, el chico huérfano que la familia había recogido en las montañas de Siam (al que la autora dedica el libro) y a Hélène Lagonelle, la amiga del colegio Chasseloup-Laubat, "de milagrosa belleza a quien ella desearía fea, sí, la de ese nombre de cielo, ese otro amor suyo jamás olvidado".

El chino, un joven millonario, que "no hace nada", solo sale con mujeres y fuma opio. Su matrimonio con una joven china ya está convenido de antemano.

Tiene una garçonnière que vendría a ser un típico departamento de soltero que le puso el padre para sus andanzas. Solo hay en él una cama de dos plazas y un sofá. En la historia es la casa azul.

Allí es donde los amantes se encontrarán. Allí es donde todo sucederá.

El deseo desenfrenado

Él la pasa a buscar por la pensión de Lyautey con su Léon Boullée, un auto lujoso de la época, "muy largo, muy negro, tan bonito, tanto y también tan caro, tan grande como la habitación de un gran hotel".

Van sentados uno al lado del otro sin mirarse. Es un momento incómodo. "Como para salir huyendo", escribe Duras.

Llegan a la Cascade (quizás, la Van Gioc, la más grande de la actual Vietnam que hoy es un sitio turístico) pero ella no quería ir allí.

"Quiero ir a tu casa. Lo sabes. ¿Por qué me has llevado a La Cascade? El la atrae junto a él. Dice: —Por imbécil. Ella se queda junto a él, el rostro oculto por él. Dice: — Vuelvo a desearte. Te deseo no puedes imaginar cuánto. él dice que no debe decir eso. Ella promete. Nunca más. Y luego él le dice que él también la desea, de la misma manera".

Entonces, llegan a la casa azul, en medio de vendedores ambulantes, que gritan sus ofertas, el bullicio de la calle, las bocinas de los tranvías, que van cargados de gente y animales, el calor pegajoso, la lluvia incesante, se meten por fin en la garçonnière.

Se desean locamente. Él está nervioso. Se debate entre dar rienda suelta a ese deseo o frenar sus impulsos. Si los encuentran, él va preso. Aunque su padre millonario pagaría la fianza y saldría enseguida. Pero la niña insiste.

"Es la dulzura de esa mirada de la niña la que transgrede el miedo. Ella es quien quiere saber, quien lo quiere todo, lo máximo, todo, vivir y morir a la vez. La que está más cerca de la desesperación y del conocimiento de la pasión".

Él le dice que cierre los ojos. Ella dice que no. Que todo lo demás sí, pero los ojos cerrados, no. Él insiste con que debe hacerlo "por lo de la sangre".

Marguerite Duras, pionera de la autoficción.

Ella no sabía "lo de la sangre". Ella hace un gesto para escaparse de la cama. Con su mano, él le impide levantarse. Ella ya no vuelve a intentarlo.

La niña que narra, la adulta, recuerda ahora el miedo, como recuerda la suavidad de aquella piel.

"Con los ojos cerrados, ella acariciaba esa suavidad, tocaba el corazón, la voz, todo el cuerpo del chino sobre el suyo, a punto de poner fin a la ignorancia de ella para convertirla en su niña, la niña de él, el hombre de China que calla y llora y que lo hace con un amor temible que le arranca lágrimas".

"El dolor llega al cuerpo de la niña. Al principio, es vivo. Luego, terrible. Luego, contradictorio como ninguna otra cosa, la hace gemir, hasta gritar, cuando se apodera de todo el cuerpo hasta que ya no se llama dolor, se llama, tal vez, morir. El cuerpo queda abierto al exterior, ha sido franqueado, sangra, ya no sufre. Luego el sufrimiento abandona el cuerpo y se pierde en una felicidad todavía desconocida".

Él la acaricia una vez más. Mira el cuerpo, las manos, el rostro. Toca, husmea el cabello, las manos todavía manchadas de tinta, los pechos de niña. Ella duerme. Él cierra los ojos y, con una dulzura magnífica, china, apoya su cuerpo en el de la niña blanca y, bajito, dice que ha empezado a quererla.

Durante un año y medio se vieron en aquella casa azul. Él pidió a su padre un permiso especial para casarse con la niña que le fue denegado. Ella se embarca, se va. Las hélices se ponen en marcha. Trituran, agitan las aguas del río. El ruido es terrible.

"Se tiene miedo. Siempre en ese momento se tiene miedo. De todo. De nunca volver a ver esa tierra ingrata. Y ese cielo de monzón. De olvidarlo".

Él tuvo que moverse en el asiento del Léon Bollée para ganar unos segundos y verla una vez más hasta el resto de su vida. Ella no lo mira.

La muerte del amante chino

Marguerite Duras decidió contar esta historia cuando se enteró de la muerte de su antiguo amante chino.

Un mes antes de la publicación del libro, la autora escribió en el prólogo:

"Supe que él había muerto hacía años. Era en mayo del '90, hace pues un año ahora (…) Abandoné el trabajo que estaba haciendo. Escribí la historia del amante de la China del Norte y de la niña (…) No había imaginado en absoluto que pudiera producirse la muerte del chino, la muerte de su cuerpo, de su piel, de su sexo, de sus manos. Durante un año reencontré los tiempos de la travesía del Mekong en el transbordador de Vinh-Long (…) Escribí este libro en la enloquecida felicidad de escribirlo. Permanecí un año en esta novela, encerrada en aquel año de amor".

Vinh Long, donde comienza la historia, está situada cerca de Ciudad Ho Chi Minh, antes Saigón, en la actual Vietnam, también cerca, queda Gio Dinh donde nació Duras, el 4 de abril de 1914, con el nombre de Marguerite Germaine Marie Donnadieu.

Su padre murió cuando ella tenía 7 años. Nunca se sintió amada por su madre, con la que vivió junto a sus hermanos hasta los 18, en que se fue a Francia a estudiar derecho, matemáticas y ciencia política y trabajó durante 6 años en el Ministerio de las Colonias.

En 1939, se casó con Robert Antelme, con quien tuvo un hijo que murió en 1942. Tuvo otro hijo con su amante, Dionys Mascolo.

En 1943, se cambió el apellido. Duras es un pueblo de la región de Aquitania, en el sur de Francia, donde estaba la casa de su padre.

Con Antelme, fueron parte de la Resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial hasta que los atraparon los nazis.

François Mitterrand, que por entonces no llegaba a los 30 años y se convertiría en presidente recién en 1981, la ayudó a escapar, pero su marido fue enviado a un campo de concentración en 1944.

Ella se quería divorciar de Antelme pero se quedó a cuidarlo, cuando regresó maltrecho en 1945.

Emmanuelle Riva y Eiji Okada, en "Hiroshima mon amour" (1950), otra de las grandes obras de Marguerite Duras, creadora de este guion.

En su novela El dolor narra lo sucedido en este período. Es en 1946 cuando, finalmente, se divorcia y se enrola en el partido comunista del que la expulsan en 1955.

Marguerite Duras escribió unas cuarenta novelas para hablar del amor, del desamor (principalmente, el de su madre) del dolor, del deseo, de la alienación, de la destrucción, de la muerte.

También fue dramaturga, con una producción de una docena de obras de teatro y recibió el Gran premio de la Academia francesa.

ConHiroshima, mon amour se convirtió en guionista de la película homónima dirigida por Alain Resnais. Ella, a su vez, también dirigió varias películas.

En la última página del libro, Marguerite escribe:

Muchos años después de la guerra, el hambre, los muertos, los campos de concentración, los matrimonios, las separaciones, los divorcios, los libros, la política, el comunismo, él había llamado. Soy yo. Por la voz, ella lo había reconocido. Soy yo. Solo quería oír tu voz. Ella había dicho: buenos días. Él tenía miedo como antes, de todo. Su voz había temblado, es entonces cuando reconoció el acento de la China del Norte. (…) Él había dicho que para él era curioso hasta qué punto su historia había quedado como era antes, que todavía la quería, que nunca podría en toda su vida, dejar de quererla: que la querría hasta la muerte.

Él había oído su llanto al teléfono.

Y, luego, desde más lejos, desde su habitación sin duda, ella no había colgado, él había seguido escuchándolo. Y luego, había intentado oír más. Ella ya no estaba ahí. Se había vuelto invisible, inalcanzable. Y él había llorado. Muy fuerte. Con lo más fuerte de sus fuerzas.