Literatura

Witold Gombrowicz y la fijación

Por Julio Riveros *

Es conocido este pasaje de Freud en Consejos al médico :

“Sin embargo, esa técnica es muy simple. Desautoriza todo recurso auxiliar, aún el tomar apuntes, según luego veremos, y consiste meramente en no querer fijarse [merken] en nada en particular y en prestar a todo cuanto uno escucha la misma «atención parejamente flotante», como ya una vez la he bautizado. De esta manera uno se ahorra un esfuerzo de atención que no podría sostener día tras día a lo largo de muchas horas, y evita un peligro que es inseparable de todo fijarse deliberado. Y es este: tan pronto como uno tensa adrede su atención hasta cierto nivel, empieza también a escoger entre el material ofrecido; uno fija {fixieren} un fragmento con particular relieve, elimina en cambio otro, y en esa selección obedece a sus propias expectativas o inclinaciones. Pero eso, justamente, es ilícito; si en la selección uno sigue sus expectativas, corre el riesgo de no hallar nunca más de lo que ya sabe; y si se entrega a sus inclinaciones, con toda seguridad falseará la percepción posible. No se debe olvidar que las más de las veces uno tiene que escuchar cosas cuyo significado sólo con posterioridad {nachträglich} discernirá” (AE, Tomo 12, pp. 111/112)

Releyendo la Autobiografía sucinta de Witold Gombrowicz (2010), encontré el siguiente pasaje en una entrevista que le hace el también escritor Dominique Roux, cuando le pregunta por la relación entre los rituales y la creación, eso que el polaco llama “lazo entre lo humano y lo divino a nivel de la creación”. El pasaje, que puede ser leído en clave freudiana, dice lo siguiente:

“Tengo la sensación de una cosa superior, que se crea entre los hombres y lo hace de una forma oscura y a través de elementos formales que, casi siempre, se imponen por la obsesión, por la repetición. Así pues, también en mi mundo hay un elemento muy importante, como se ve en Cosmos. Por ejemplo, yo miro esta mesa y me fijo, pongamos, en el cenicero. Si me he fijado solo una vez no pasa nada. Pero si vuelvo al cenicero y me fijo otra vez en él, entonces me pregunto por qué me he fijado en este cenicero. Cuando me planteo esta cuestión, el cenicero es un objeto más interesante que todos los demás. Y vuelvo una tercera vez al cenicero, y luego puede imponerse por cuarta vez, de tal forma que, de golpe, se convierte en un objeto decisivo. Por la repetición de un acto de conciencia, completamente habitual al principio, se llega a dar una importancia terrible a una cosa que, en realidad, no tiene aspecto de ser importante. Así es como esta emboscada de la conciencia tiene, textualmente, una gran importancia en mis libros. Yo empiezo un libro, y digamos que, de repente, una mesa, escribo sobre una mesa… refiriéndome a una mesa, ¿comprende? Pero tal vez esa mesa vuelva a salir en la página siguiente. Si sale de nuevo me veo obligado a mencionarla otra vez. Y así, de golpe, toda la historia se concentra en torno de esa mesa. Al principio, cuando escribo, todos los elementos son más o menos iguales. Pero luego uno de ellos comienza a cobrar fuerza y, cuanto más fuerte se hace, tiene todas las posibilidades de ser aún más fuerte” (p. 56/57).

Entonces, podemos extraer algunas conclusiones: la fijación se sostiene de una primera libidinización, nimia, digamos. La primera vez “no pasa nada”, dice Gombrowicz, la segunda ya constituye una repetición, inicia una serie que erige a ese objeto en “lo más importante”. Esa pieza que contingentemente llamó la atención pasa a ocupar, luego de sucesivas repeticiones, el lugar dominante que va a iniciar una serie producto de la repetición de esa primera marca.

Nos podemos preguntar qué hace posible esa primera fijación, esa primera libidinización. Freud, advertido de este mecanismo, aconseja al psicoanalista, no fijarse, mantener la «atención parejamente flotante», no ceder libidinalmente a ningún elemento en particular que le presenta el analizante en su discurrir.

Freud está recomendando no ceder a la tentación de investir libidinalmente ningún elemento en particular. Es preferible privarse de esa satisfacción. Por tanto, queda claro: abstinencia.

El acto freudiano es una recomendación, recomienda no ceder a los encantos de la fijación, tal como describió Homero de Odiseo en su viaje de retorno a Ítaca, que decidió no caer seducido por las pócimas de moly de la bruja Circe. Freud es Odiseo en este punto.

Por otro lado, acá podemos apreciar que frente al mismo mecanismo la posición de Freud es diversa de la del escritor polaco. Lo que para este último anima la escritura, la elaboración de una obra, para Freud nombra eso de lo que mejor abstenerse. La Versagung también atraviesa al analista.

Como dice Anne Carson en Variaciones sobre el derecho a guardar silencio: “En el quinto libro de la Odisea, cuando Odiseo está a punto de enfrentarse a una bruja llamada Circe, cuya costumbre es transformar a los hombres en cerdos, el dios Hermes le da una planta medicinal para usar contra su magia: Así diciendo me entregó Hermes una planta que había arrancado de la tierra y me mostró sus propiedades: de raíz negra, pero su flor se asemejaba a la leche. Los dioses la llaman MOLY, y es difícil a los hombres mortales extraerla.

MOLY es una de las varias apariciones en los poemas de Homero de lo que él llama ‘el lenguaje de los dioses’. En la épica hay un puñado de gente o de cosas que tienen esta suerte de nombre doble. A los lingüistas les gusta ver en estas palabras los restos de alguna capa antigua de indoeuropeo conservada en el griego de Homero. Sea como sea, cuando invoca el lenguaje de los dioses Homero te da también, casi siempre, la traducción mortal. Acá no lo hace. Quiere que esta palabra guarde silencio. Acá hay cuatro letras del alfabeto, puedes pronunciarlas pero no definirlas, poseerlas o usarlas. No puedes buscar esta planta a la orilla del camino o googlearla y encontrar dónde comprarla. La planta es sagrada, el saber pertenece a los dioses, la palabra se detiene a sí misma… ¿Qué esconde esta palabra? Nunca lo sabremos. Pero esa mancha en la tela sirve para recordarnos algo indispensable acerca de estos seres asombrosos, los dioses de las épicas, quienes por lo general no son más grandes, más fuertes, más gentiles o más guapos que los humanos; quienes, de hecho, son clichés antropomórficos por donde se los mire, pero que tienen una carta bajo la manga: la inmortalidad. Saben cómo no morir. Y aunque nadie puede asegurarlo, quizás las cuatro letras intraducibles de MOLY sean el lugar en el cual ese saber está escondido”. (p. 8/9).

* Psicoanalista.
Docente de la cátedra Construcción de los Conceptos Psicoanalíticos (Osvaldo Delgado) de la Facultad de Psicología UBA y docente del ICdeBA en el Depto de Psicoanálisis y Filosofía. Maestrando de la UNSAM.
Doctorando en Filosofía UNLa.
Integra el consejo de redacción de las revistas Dispar y La libertad de pluma.

Artículo completo disponible en el blog DISPERSOS DESCABALADOS
https://dispersosdescabalados.com.ar/witold-gombrowicz-y-la-fijacion/