Literatura

El arma

Por Franco Miranda

Desfundó el arma platinada que reverberaba con el rojo lacre de la pared. Movía el caño de lado a lado por el temblor de sus manos, mientras la señora gritaba que se tranquilizará y dejará el arma a un costado.

Esa mañana fue como todas las mañanas para la señora. Se levantó, se sacó el camisón, se bañó y se cambió. Luego levantó a los niños, les lavo los dientes, la cara, los vistió y bajó donde la criada se encontraba con los desayunos listos.

En la oficina no había nadie. A las 15 partían todos, menos ella que siempre era la última en irse.

- Dame la plata de la caja fuerte te dije! –dijo la mujer, y la señora con la mirada fría, con su vestido negro ajustado y sus ojos azules bien marcados, seguía insistiendo en tranquilizarla.

La mañana para la mujer fue distinta. Se levantó a las 6 AM. El frío invierno hizo arder sus huesos y la única calefacción que se posaba en la habitación principal era una estufa eléctrica, y justo esa madrugada se habían quedado sin luz. Se cambió, no se lavó los dientes, lo poco de pasta dentífrico que quedaba se los dejó a sus nenes. Cuatro niños, alrededor de cinco a doce años. Al de doce lo levantó a la misma hora porque tenía que ir a trabajar a un galpón de empaque. Le dio de desayunar un pan con manteca y azúcar, y se fue. Después levantó a los otros tres y los llevo a la guardería municipal.

- ¡Apúrese, deme la plata o la mato! - pero la señora notó que la mujer estaba nerviosa, su frente sudaba y titubeaba cada vez que le salía alguna palabra. Entonces siguió insistiendo en tranquilizarla.

La mujer después de dejar a los niños sin desayunar porque no le quedaba nada en la heladera, volvió a su casa de chapa, desesperada con lágrimas entre sus manos, congelada por los agujeros del pantalón, y sintiéndose una mierda entre todo el lodo de la villa. La mujer se encontraba en el agujero de la miseria, toda la vida laburando con intentos fallidos y sola no podía más; sus hijos pasaban hambre y verles llorar por ello no es para ninguna madre, con las únicas palabras de aliento - mañana todo va a mejorar - los engañaba y se engañaba a ella misma, porqué al hambre nadie le puede engañar.

Entonces fue por el arma de su ex marido. La metió en la mochila y fue a la oficina que limpiaba todos los días.

-¡Buuumm!- se escuchó en todo el edificio.

La desesperación, la tragedia y la fugaz vibración de su brazo por gatillar se escuchó en todo el edificio. Una sola bala alcanzó para que el vestido de la señora de negro se tiña de rojo azul y el frío empiece a recorrer su cuerpo.

-NOOOO-¡¡ que hice por Dios…!!! ¡¡noo!!- Gritó la mujer.

Pero Dios no apareció esa tarde y el diablo copó el hall de la habitación.