Entrevistas

Entrevista a Jaques-Alain Miller
“Él decía, yo tengo siempre 5 años”

Por Éric Favereau

¿Qué es lo que le queda, desde un punto de vista afectivo y sentimental, de su suegro (Jaques Lacan)?
Si tengo que responder sin rodeos, digo: es su voz, también su mirada. Su voz cambió en el curso del tiempo, pero mantuvo siempre una dicción de otra época siempre muy suave, cadenciada. Su voz tenía una gama extensa, murmullos, énfasis, chirridos, gruñidos, a veces se feminizaba.
Era un instrumento manejado con arte, desde el gran pronunciamiento teórico, mostrando la precisión, a erupciones polémicas, a un vibrato romántico, a la burla. Esta voz sigue teniendo para mí una gran presencia en el recuerdo, emocionante cuando tengo la ocasión de volverla a escuchar.
Su mirada. Había muchas miradas de Lacan. Había la mirada maliciosa del que dice o escucha una muy buena, y también la mirada retirada que daba el sentimiento de ser considerado desde muy lejos y que, a veces, precipitaba a hablar.
Lo que me queda también muy presente, es su alegría. Decía:”Soy un niño”. Un día nos divertíamos en la mesa burlándonos sobre la edad mental e cada uno y dijo: “¡Yo tengo siempre 5 años!”. Fue para hacer reír, pero también estaba bien considerado: una edad de antes de la edad de la razón, cuando el deseo y la demanda concuerdan en la exigencia, que no admite el no del otro.

¿Cuando vienen a verle qué le preguntan: dónde está Lacan en la sociedad de hoy?
Me digo de entrada que quien plantea la pregunta hace resonar la nostalgia de la generación del 68 respecto a sí misma. Es una generación que ha visto acabar la era de las revoluciones. Al mismo tiempo se ha debilitado la creencia en la verdad, digamos la tentación del absoluto, a lo Malraux. La esperanza revolucionaria inspiró durante un tiempo, en las artes como en la literatura y en el pensamiento, un estilo vehemente, un hablar alto, una jactancia, que pasa por intolerancia, terrorismo. Piense en el surrealismo, o incluso en el existencialismo, o en el estructuralismo, al menos tal como ha sido entendido. ¡El superyó no es más el que era! Ahora: a cada uno su voluptuosidad. Y también: a cada uno su verdad. Y, además: el mercado para todos.
Cada uno tiene derecho a sus pequeñas creencias mientras no molesten a los otros, a sus hobbies, cuando precisamente la verdad es lo que molestaría a los otros. Lacan no se privaba. Y al mismo tiempo recordaba lo que permite y no permite “LA estructura”. El “père-sévère”desapareció.

En resumen, usted responde que hoy en día lo que marca la presencia de Lacan es su ausencia
Bella fórmula. Pero hay que decir que Lacan hizo mucho para desnudar al superyó, para esclarecer su naturaleza pulsional, su imperativo de goce imposible de satisfacer. Y, luego, es preciso incluso decir lo contrario: que Lacan está por todas las partes que hay psicoanalistas. Es un hecho que, después de 20 años, no ha sido clasificado en el psicoanálisis como un “sujeto supuesto saber”, si bien hay corrientes que siendo sordas u hostiles o que lo ignoraban no llegaron a eludirlo. Su propio malestar les vuelve curiosos.

¿No se puede decir que ha sido “digerido”?
Una vez que ha sido recibida una verdad se la distingue mal de la realidad. Eso se produjo con Freud. Lacan devino un clásico, pero nadie tiene la impresión de que él haya sido ya “superado”. Sus escritos conservan lo que él llamaba un “poder de ilectura”. Y los que se aventuraron en la recopilación de los Otros escritos encontraron Otro Lacan. En los Escritos domina un Lacan de la palabra. La cuestión central de los Otros escritos es el goce.

Entonces, ¿piensa, o no, que se ha acabado con Lacan?
Es suficientemente indigesto para que haya que masticarlo durante mucho tiempo. Él quería eso. Si hubiera querido que todos sus seminarios fueran publicados a la vez, ¡ahora sería tomado de otra manera! Es más probable que haya querido desbaratar el deseo de acabar de una vez con él.

En la sociedad, ¿dónde estaría hoy Lacan más reprimido?
Tendría ganas de responderle: en psiquiatría. Sería más justo decir que es la psiquiatría misma la que se ve progresivamente reprimida, desmigajada, y así lo sienten muchos psiquiatras. Hay una reducción sensible del número de psiquiatras en formación. El antiguo “Conócete a ti mismo” se acabó. Ahora es más bien: “¡Funciona!”.

Como si la enseñanza de Lacan hubiera llevado a su contrario…
¡Lacan lo hacía por sí mismo! En su enseñanza, pasó al reverso de su punto de partida. El Lacan de los años 50 ponía en primer plano la relación del hombre con la verdad. Pero él acabó por dar a la verdad el estatuto de una significación variable producido por el funcionamiento de una cadena significante. De donde la noción de efecto de verdad , y este neologismo que creó, “la varidad” que reúne la palabra verdad y la de variación. En otras palabras, él mismo anticipó y acompañó la mutación que ha desvalorizado a la verdad. Lo que deviene entonces prevalente para él es el síntoma. No tanto en cuanto verdad reprimida que retorna sino como obstáculo que se pone de través al funcionamiento. Es en el síntoma, en su circuito invariable o en su nudo imposible de deshacer donde reconoce el fin de lo que llama “lo real”, lo que cada uno tiene de más real.

Estamos en una sociedad donde todo el mundo trata de adaptarse
Eso hace aflorar más lo real el síntoma. La cuestión es saber cómo cada uno interpreta su síntoma: ¿este síntoma tiene algo que decir o no? Es una cuestión transindividual, de civilización: ¿los síntomas quieren redevenir mudos?

¿En su opinión?
Mi idea es que el psicoanálisis ha triunfado en la civilización y que eso mismo hoy en día representa para él una dificultad. El psicoanálisis ha sido admitido en todas partes, ha entrado en la realidad pero bajo la forma de “Es preciso dar sentido”. Es por el psicoanálisis, y Lacan está ahí por algo, que se han descubierto las virtudes pacificadoras de la escucha y del sentido. De golpe, inversión dialéctica: por todas partes se sirven de estas virtudes con fines de anestesia, tanto individual como social. Se forman equipos de urgencia “psi”, de los que se espera corran al mismo tiempo que los bomberos. Desde que se supone un traumatismo psíquico, se llama al “SOS-sentido”. Se hace en las escuelas o en las empresas. Se pone a los malos conductores en psicoterapia. Se ponen psicólogos cerca de los alumnos traumatizados por la masacre del rebaño.

¿Usted está en contra?
Constato. Todo esto ha salido del psicoanálisis que ha tomado el relevo del sentido religioso aliviándolo de la censura. El poder político también ha descubierto con entusiasmo las virtudes anestesiadoras del sentido. Los más altos dirigentes, de todas las tendencias, han aprendido a tomar la posición de escucha. Bill Clinton hacía de psicoterapeuta a la americana: “I feel your pain”, siento tu dolor. El nuevo presidente, W, todo inaugurando una política conservadora radical, representa la comedia de la compasión, al menos en relación a sus compatriotas. De hecho la generalización del recurso al sentido, que procede del psicoanálisis, tiene de retorno un efecto disolvente sobre él.

Lacan está demasiado por todas partes…
No, Lacan había visto subir la ola psicoterapéutica y elaboraba por el contrario una práctica “fuera de sentido”, no empática, del psicoanálisis.

¿Hoy en día, dónde estaría Lacan?
¿Dónde? El espacio es algo complejo. Sabe el uso que Lacan hace de la Carta Robada, de Edgar Poe. Es una carta, está en una pieza, la policía la busca no la encuentra, no está en ninguna parte. Solo Dupin, el detective, la descubre, no estaba oculta, estaba bien visible, pero de manera imprevista. Digamos que Lacan está allí a la manera de la carta robada. Inencontrable y evidente.

Texto publicado en el diario Libération, el 13 de abril de 2001.
Traducción de Margarita Álvarez.