Arte

Dalí-Freud, algo más que una obsesión

Por Washington Abdala

Tuvieron un encuentro único en Londres en el año 1938 a instancias de Stefan Zweig y Edward James

"Soy un delirio viviente y controlado, yo soy porque deliro y deliro porque soy, la paranoia es mi misma persona, pero dominada y exaltada a la vez por mi consciencia de ser, todo mi arte consiste en concretar con la más implacable precisión las imaginaciones de lo irracional que arranco de mi paranoia".

Así Salvador Dalí se refería a sí mismo en alguna época en la que su genialidad y su supuesta locura se mezclaban para el gran público. Nunca fue un paranoico, solo jugó papeles extremos pero estuvo siempre lejos de tener esa psicopatía.

Por estos días, se inauguró en el museo Belvedere de Viena una exposición sobre la obsesión de Salvador Dalí con Sigmund Freud. Son de esas exposiciones en las que los afortunados que la puedan visitar no la olvidarán jamás, sean o no admiradores de ambos personajes, sean o no afines al arte pictórico o al psicoanálisis.

En realidad, ambos individuos tuvieron un encuentro único en Londres en el año 1938 a instancias de Stefan Zweig y Edward James. La circunstancia de ese encuentro da pie a la exposición. En esa oportunidad Dalí le llevó un texto que había publicado hacía algún tiempo y también le mostró su cuadro La Metamorfósis de Narciso. Es casi un guión cinematográfico semejante evento y lo que debió haber sido la charla de ambos.

La historia recuerda que la entrevista se desarrolló "correctamente", quizás no todo lo estimulante que Salvador Dalí imaginó en lo previo. Sigmund Freud estaba en la etapa final de su vida, su cuerpo ya estaba dando señales de agotamiento (hay un dibujo que hizo Dalí de Freud en esa ocasión que es una delicado, sutil y sincero que jamás conoció Freud porque podría haber sido agresivo mostrárselo dado que se podría advertir a la muerte rondando. Esto es otra historia). Sigmund Freud no tenía una idea afinada de los surrealistas hasta ese encuentro y de alguna forma adquirió allí una noción de los mismos. Curioso que fuera así este asunto.

En realidad, Salvador Dalí había procurado conocer a Sigmund Freud en varias oportunidades previas y no había dado con las teclas. Insisto, no tiene el lector que ser un especialista en pintura para reconocer que Dalí pinta y dibuja con perfección y colores primarios como pocos y que sus temas son fuertemente oníricos. Buena parte de sus obras, sean de la época que sean, están definidas por su intención expresa de mostrar y representar lo que el inconsciente aquilata. No es un artista con trazo indefinido, sino un obsesivo y perfeccionista.

Cuando Dalí leyó el libro de Freud "La Interpretación de los sueños", es claro que encontró allí la piedra filosofal y pudo pintar sabiendo que su inconsciente, no solo no lo inhibía, sino que, por el contrario, es probable que esa fuera la manera de exorcizar esos pensamientos plasmándolos en la pintura objetivándolos. Por eso Salvador Dalí se siente en deuda con Sigmund Freud. Entiende -quizás- que le debe por haberle permitido ser quien es.

Es verdad, no hay un único Salvador Dalí, hay varios Dalí, y como en todo personaje gigante, algunos de ellos no son agradables. No voy a recordar su veta de admiración hacia los totalitarismos porque es un tiempo errado en su vida. También, hubo otras épocas en que junto a Luis Buñuel filmó "El perro andaluz". Si el lector no la vio, le ruego la busque en Youtube y acometa dicho ejercicio, esa película para la fecha en que se realizó es de una modernidad mayúscula. Pues bien, es el mismo hombre, el mismo individuo que también fue amigo de Federico García Lorca y que luego la vida los separó. A los artistas -hay que entenderlo- se los juzga por su obra, y si hay momentos en ellos que son reprochables en lo humano, pues ese enfoque "ad hominem" lo hacemos porque somos seres con libre albedrío, pero eso no inhibe que hayan sido lo que fueron, y no es posible negar lo que concretaron y dejaron como legado artístico. Ese es el punto: las obras. Tengo claro que en épocas de cancelación esto es casi un acto de irreverencia, pero francamente es lo que creo.

Lo que resulta genial de la exposición del Belvedere es la idea de conectar dos dimensiones tan disímiles, hacerlas coincidir en un momento histórico (ese encuentro único que existió) y desde allí desplegar cientos de obras y objetos que hacen al vínculo entre ambos individuos. Y no se me dirá ahora que la exposición está allí, que no resulta lógica la combinación de ambos universos. Es tan obvia como necesaria esta exposición pues colabora en la definición de ambos personajes y los retroalimenta.

Ojalá de esta exposición existan documentales visuales casi en clave de recorrido fílmico (algo más que un paseo por Google allí adentro) para los que posiblemente no la veamos, porque aunque una perspectiva así es reduccionista, más reduccionista es imaginar lo que allí se expone y no poderlo ver en un mundo de imágenes donde todo es posible gracias a los streaming y los videos bien grabados. (Se agradecería semejante contribución). De seguro que habrá algunos cortos fílmicos sobre la exposición, pero habría que ir más allá de ello. Es más, la pintura de Dalí combinada con el análisis freudiano, para muchos es un acto de necesidad que sea profundizado. Y es posible que en muchos cuadros de Salvador Dalí nos enfrentemos a zonas ciegas (como con el propio inconsciente) donde no todo es pasible de ser racionalizado. También eso resulta desafiante saberlo.

El abordaje pictórico de Dalí desde el "inconsciente" entonces es casi un dato para todos los que lo gozamos, saber que existió ese disparador que tenía un fundamento psicoanalítico, que venía de sus combinaciones y sus recuerdos del pasado gratifica al observador. Nada es casual en Dalí. No importa que terminó peleado con el fundador del surrealismo, que luego renegó de su propio entusiasmo hacia Freud y que la vida luego lo llevó por otros caminos. Lo que fue, está allí para ser apreciado por todos y es poco probable que alguna obra de Dalí no conmueva por lo original o perturbadora de la misma. Hasta Alfred Hitchcock usó decorados de Salvador Dalí en Spellbound donde Gregory Peck e Ingrid Bergman protagonizan temas freudianos. Hubo una época en la que Dalí estaba en todas partes.

Estas líneas vienen a cuento porque las grandes narrativas políticas del presente parecen estar montadas en buena parte del inconsciente individual y colectivo sin que ello se advierta, es más, ni se piensa en esto.

El sapiens actual es quien fabrica prejuicios, miedos, enojos y otros sentimientos o pareceres que se alojan en el inconsciente y luego emergen por los lugares más increíbles. Volver a sentir el tronar de tambores de guerra, los prejuicios raciales y religiosos o los niveles de animadversión que animan a aquellos que incendian praderas (y están alimentados por una parte del inconsciente que está libre y genera esas realidades) debería asustarnos o inquietarnos. Ya sabemos que el sapiens es capaz de destruirse y matarse, quizás Dalí al representarlo todo, nos mostró el poderío de nosotros mismos al extremo mismo de lo que realmente somos. Por eso Dalí es irritante para tanta gente, porque no siempre muestra lo que resulta placentero.

Lejos estoy de justificar nada, más bien voy por la ruta contraria en el plano moral (consciente) creyendo que mucho de lo que hacemos -en cuanto seres sociales- es reprobable, pero entender que no siempre somos seres racionales es un principio de explicación a tanto comportamiento negativo que se advierte en lo cotidiano. Quizás si estudiáramos más en nuestro inconsciente colectivo, seríamos más profundos con los verdaderos anhelos humanos, quizás ese camino psicoanalítico nos arrojaría algunas evidencias o pistas para entendernos mejor. Si se analizan los humanos no veo motivo para no aplicar este método a una sociedad o un conjunto de hombres. Al final la literatura interpreta mejor a los pueblos que mucho científico social.

La ciencia política y el análisis político no gusta mucho de afianzarse en estos enfoques, más bien les interesa analizar el poder, el conflicto, los intereses, las demandas sociales, los consensos y la resolución de los problemas desde los hechos. Pero los hechos no hablan por sí mismos, hablan también sus intenciones reales y sus construcciones posteriores. Allí anduvo el inconsciente haciendo de las suyas. Todo es más complicado siempre.

Sin embargo, cuando alguien diagnostica un cuadro psicológico de un líder, eso parece un tema de segunda, casi a nivel de horóscopo o del tarot. No me parece, entiendo que este aporte debe estar en escena. Me parece que no vemos lo que no queremos ver. Como Dalí, que tuvo que hablar y palpar la existencia de Freud para recibir cierto bautismo interno. ¿O no es acaso lógico que muchos de los líderes del siglo pasado fueron psicópatas confesos que llevaron a la ruina al planeta en varias oportunidades? ¿Fueron ellos solos o tuvieron la complicidad de los que los obedecieron a sabiendas que se iba hacia el infierno? ¿Los segundos no tienen responsabilidad en la barbarie de los primeros? ¿Y hoy no vemos fenómenos colectivos que meten miedo por la abulia hacia líderes populistas que se advierte a todas luces que son peligrosos y extremistas?

Quizás, está llegando la hora en que la tarea de los psicólogos y los psicólogos sociales sea más apreciada. Estoy seguro de que bucear por el inconsciente colectivo nos ayudará a entender mejor algunas de las ansiedades, percepciones, intuiciones y comportamientos políticos que posee la sociedad actual. Algo así como esta exposición, que ayuda a entender un poco más a dos individuos que nos marcaron a fuego.