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Psicopatología del salvador

Por José R. Ubieto (*)

Apokalypsis -en griego- significa un desvelamiento. Una verdad que surge como una revelación para aquel que sabe escucharla. La historia del apocalipsis es, sin duda, una de las más antiguas que cuentan los humanos. En las tradiciones ancestrales religiosas más allá del cristianismo -incluyendo el judaísmo, el islam y el budismo- ese relato común surge en momentos de crisis sociales y políticas, cuando la gente intenta procesar eventos impactantes.

Su éxito radica en que une enigma, miedo y destrucción, ingredientes claves para atraer la mirada de muchos que se sienten desorientados y en peligro por la ruptura inminente de su status quo. De allí, que se recurra a esa narrativa en política como arma de manipulación masiva. Su modo de uso implica dos pasos.

El primero consiste en difundir la desgracia venidera utilizando para ello algunas técnicas del storytelling. Se empieza por proponer datos descontextualizados para establecer causalidades inexistentes. Se dice, por ejemplo, que la existencia de grupos separatistas minoritarios (en términos absolutos) -con sus iniciativas ciudadanas o partidistas- causará la ruptura de una unidad mayor, que los engloba. Sabiendo, además, que la historia es tozuda en desmentir ese supuesto. Lo que es una simple correlación (existe lo Uno y lo múltiple) se explica en términos causales. Es sabido que el gallo canta cuando sale el sol, pero nadie cree en serio que el sol salga porque canta el gallo. Una vez fijada la falacia, a continuación, se proponen soluciones simples a problemas complejos, ignorando las causas estructurales y destacando solo lo llamativo, muchas veces superficial. Las declaraciones de un personaje político se convierten en augurios de un desastre escamoteando así el problema grave que sigue latente (desigualdad social, privilegios mantenidos, abusos encubiertos, corrupción). Matar al mensajero nos evitaría las consecuencias de su mensaje. Y, de paso, escuchar lo que dice el malestar sintomático. Es una manera contemporánea de no querer saber y sustituir la pregunta por la respuesta del ordeno y mando.

Una vez dibujado -y fotocopiado hasta la saciedad- el escenario apocalíptico, el segundo paso es proponer La solución, en mayúscula porque solo hay Una (the one best way), grande (universal) y, según parece, libre. Aquí es donde se destaca la figura del salvador que regresa, como Jesús, para salvar a los creyentes de ese periodo de tribulación que anuncia el apocalipsis. La reciente historia está llena de políticos salvadores, como Trump, Putin, Orban, Bolsonaro, Milei o -más locales- Aznar, Abascal o Ayuso. Todos han tintado el horizonte de negro para que reconozcamos bien su aura cuando lleguen. El salvador es un elegido que no concibe no ser y por eso debe remover cualquier obstáculo, caiga quien caiga. Se siente concernido por una misión y -ungido e urgido por él mismo- se anuncia con parábolas e indicaciones para sus seguidores, a modo de enseñanza moral ("el que pueda que haga…"). Se ve a sí mismo como hijo de una ética de fuertes convicciones, alejado del oportunismo. Lo que no le impide sus propias oportunidades de goce.

Freud y Lacan señalarían aquí el triunfo de la religión, que retorna a sus orígenes hermenéuticos. Ellos nos invitan a otra lectura de la realidad: pensarla como cuestiones que necesitan un abordaje (sociales, territoriales, culturales) y no como problemas a solucionar falsamente, de una vez por todas. Eso requiere una pragmática de la acción colectiva y no tanto un salvador. Procedente del griego, pragmática se refiere a la eficacia y pericia en la negociación de un asunto. Para ello, hace falta construir consensos y tener coraje para gestionar la complejidad y las diferencias.

NOTAS

(*) Psicólogo clínico y psicoanalista. Profesor de la UOC. Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis

Artículo completo disponible en el blog ZADIG ESPAÑA
https://zadigespana.com/2023/11/17/psicopatologia-del-salvador/