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"Si no olvidara, moriría": Roland Barthes sobre la ausencia del ser amado

Por Encuentros

Olvidar es el mecanismo de supervivencia más antiguo que tenemos. Es ese acto voluntario o involuntario que nos permite seguir adelante en un mundo en el que nos vemos obligados a resetear para seguir vivos y vivas.

Aunque suene un tanto paradójico, se puede afirmar que la ausencia es un elemento fundamental de las relaciones de amor. En nuestro camino a la madurez afectiva, se impone la necesidad de elaborar conscientemente la ausencia como una realidad propia de las relaciones amorosas. Nadie puede estar todo el tiempo con otra persona y pedirlo así es una demanda imposible de satisfacer.

Uno de los pensadores que llegó a un entendimiento al mismo tiempo preciso y sensible de la ausencia fue Roland Barthes en Fragmentos de un discurso amoroso. A medio camino entre la experiencia subjetiva y la condensación de esta en obras de la literatura, la filosofía, el psicoanálisis y la psicología, entre otras disciplinas, Barthes encontró algunos signos que le permitieron si no descifrar la ausencia, sí mostrarla con la delicadeza de un orfebre y la precisión de un cirujano.

Barthes dedicó un apartado de esta obra al ausente en general, y a la ausencia en particular. Los consideró imprescindibles para diseccionar el discurso amoroso.

En este, el autor comienza señalando la relación tan íntima que hay entre la ausencia y el abandono, asegurando que cuando la ausencia se expresa, la intención manifiesta o velada es, a través de esta expresión, transformar la ausencia en "prueba de abandono". Con esto, sugiere que el que ama experimenta la ausencia del ser amado primordialmente como un abandono.

La regresión a las sensaciones y emociones primitivas de la ausencia no es sostenible en otras edades que no sean la infancia, así que el que ama se ve obligado a hacer algo con esa ausencia.

De todos los efectos que suscita el amor, el impulso a hacer es quizás el más interesante e incluso el más importante. Hacer algo con eso que ocurre en nosotros, que nos interroga, nos anima, nos entristece por momentos o nos confunde.

Respecto de la ausencia y el hacer que provoca, Barthes escribe:

"A veces ocurre que soporto bien la ausencia. Estoy entonces 'normal': me ajusto a la manera en que 'todo el mundo' soporta la partida de una 'persona querida'; obedezco con eficacia al adiestramiento por el cual se me ha dado muy temprano el hábito de estar separado de mi madre —lo que no dejó, sin embargo, de ser doloroso (por no decir enloquecedor).

Actúo como un sujeto bien destetado; sé alimentarme, mientras espero, de otras cosas que no vienen del seno materno. Si se soporta bien esta ausencia, no es más que el olvido. Soy irregularmente infiel. Es la condición de mi supervivencia; si no olvidara, moriría. El enamorado que no olvida a veces, muere por exceso, fatiga y tensión de memorias".

En ese sentido, el hacer al que se ve obligado el sujeto para "no morir" frente a esa ausencia comienza entonces como un movimiento de vida, una respuesta para salir de la inacción y la melancolía hacia la elaboración y la metáfora.