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La soledad de La asistenta o por qué la poesía es un buen recurso

Por José R. Ubieto

La serie dirigida por Molly Smith es un fresco actual que retrata la vida de muchas familias que tratan de sobrevivir a la pesadilla americana. Una realidad que, por desgracia, nos resulta cada vez más cercana.

"La asistenta" (o "Las cosas por limpiar"), una de las series de más éxito en el finalizado 2021, cuenta la historia de Alex, madre soltera que limpia casas para llegar a fin de mes, cuida a su pequeña hija y se ocupa de su madre, una hippy -algo desorientada- que va y viene de caravana en caravana y de abuso en abuso. Alex también huye de la violencia y se refugia en casas de acogida.

La serie es un fresco actual de muchas personas y familias que tratan de sobrevivir a la pesadilla americana. Una realidad que cada vez nos resulta más cercana, incluidas las caravanas -hasta ahora solo las veíamos en las películas norteamericanas- que ya son una solución habitacional (eufemismo de casa) para cada vez más familias españolas.

Junto a ese drama social, La asistenta muestra otro más complejo y de difícil resolución: la violencia machista. Alex reproduce, con su pareja, una historia de la que ya fue testigo en los abusos que el padre infligió a la madre.

Dos mujeres confrontadas a hombres alcohólicos, violentos y padres de sus hijas, de los que no les resulta fácil -éste es el drama- separarse. Cuando surge otro hombre, aparentemente protector, ella se va, incapaz de mostrarle afecto.

Como si la violencia sufrida y el desamor de ambos padres la dejase inútil para amar y proteger otra cosa que no sea la hija. La violencia aparece como un bucle del que solo sale para ir a limpiar -metáfora de la suciedad moral que la rodea- sin que ello le permita crear algo nuevo.

Como sucede a menudo en el mundo de las series, son ellas -más que ellos- sus protagonistas y heroínas. La asistenta ofrece una panorámica de muchas vidas de mujeres, algunas más cómodas socialmente que otras, pero en todas aparece en primer plano la soledad. Y, junto a ella, las formas posibles de su tratamiento: desde la pareja que las degrada, al convertirlas en objeto de abuso, hasta la solidaridad que encuentran en otras mujeres con historias similares.

Quizás la más interesante, por la novedad que aporta en ese contexto, sea la creación literaria. No tanto por su posible valor artístico (no descartable) sino por el poder que ofrece la poesía -entendida como el hecho de dar vida nueva a las palabras- para nombrar esa angustia que las paraliza y las devuelve siempre al mismo lugar. Las palabras con las que nombramos las cosas importan: no es igual hablar de abandonar o de ruptura de una relación complicada -con lo que eso implica de pérdida no elaborada-, que hablar de una separación, algo elegido. Encontrar las buenas palabras y el buen decir mediante la escritura permite, como le ocurre a Alex, una salida menos solitaria.