Actualidad

Cuando los demonios presionan tu mente

Por José Ramón Ubieto

Aguantar la presión depende de factores externos (magnitud, duración), pero sobre todo depende del grado de decepción que uno puede soportar en relación a lo que el otro espera de él

"Siento el peso del mundo sobre mis espaldas". Con estas palabras, Simone Biles, de 24 años y con un exitoso currículo olímpico, ha renunciado a defender su título del 2016. Otros muchos, antes, han vivido situaciones similares. Biles ha confesado que no puede con los demonios de su cabeza. No ha tenido una vida fácil, dejada por su madre en una familia de acogida, fue luego adoptada por el abuelo materno. Su interés por la gimnasia -disciplina muy exigente con el cuerpo- fue muy precoz y le obligó a renunciar a actividades presenciales (escuela) para aprovechar al máximo el tiempo de entrenamiento. En septiembre de 2016, habló con la prensa sobre su diagnóstico infantil de TDAH (Hiperactividad), revelando que seguía tomando medicación y a los 16 años tuvo su primera crisis de ansiedad, para la que necesitó ayuda profesional. Poco después, se animó a escribir, en colaboración, una suerte de autobiografía titulada "Coraje para volar: un cuerpo en movimiento, una vida en equilibrio".

Una vida, pues, en equilibrio inestable, batiendo récord tras récord de manera hiperactiva y en constante autoexigencia. En su biografía se incluye también una denuncia a un médico por agresión sexual e incluso diseñó ella misma un leotardo verde azulado que usó en competiciones y que, dijo, estaba destinado a honrar a los sobrevivientes del abuso de este médico del equipo olímpico. Ella misma -en cierto modo- es una superviviente, cuyos demonios en la cabeza siguen allí.

Una buena fórmula es aceptar que un cierto fracaso no tiene nada de patológico. Al contrario, es lo que permite renovar el deseo de continuar en el partido de la vida

La dificultad no es tanto la presión externa, de la que uno siempre puede huir: dejar su trabajo, cambiar de equipo o alejarse del familiar que no deja de intimidarle. Pero ¿cómo huir de sí mismo, de ese deseo construido a partir del deseo del otro y de ese modo de funcionamiento adquirido que proporciona satisfacción y un cierto equilibrio físico y mental? O, simplemente, ¿cómo no decepcionar a aquellos familiares, lectores, seguidores que viven pendientes de ti, que son tu mundo?

La presión se percibe siempre como un desafío individual. Es cada uno/a - aunque el deporte o el equipo de trabajo sean colectivos- quien debe responsabilizarse de obtener la meta propuesta. De allí que el grupo se presente muchas veces como un refugio para los que no soportan la presión. Aguantarla depende de factores externos (magnitud, duración), pero sobre todo depende del grado de decepción que uno puede soportar en relación a lo que el otro espera de él. Los que, ya precozmente, se han orientado en la vida tratando de complacer al otro son por ello los más vulnerables.

Satisfacer a ese otro que ellos mismos han ido modelando puede resultar extenuante. Y, a veces, como explicaba André Agassi en sus memorias ('Open'), eso no excluye el recurso a la rebeldía inconsciente que puede provocar el fracaso de lo buscado. Por un lado, el sujeto trata de obtener el éxito y cumplir así las expectativas. Por otro, se rebela en su interior y hace fracasar, inconscientemente, su meta para, de esta manera, no verse completamente alienado al otro. En parte es, pues, un fracaso aparente del yo, pero a la vez un triunfo del sujeto, que se resiste así a ser un mero instrumento de la satisfacción del otro.

Quizás por ello una buena fórmula, para soportar mejor la presión, es aceptar que un cierto fracaso no tiene nada de patológico. Al contrario, es lo que permite renovar el deseo de continuar en el partido de la vida o, como diría Biles, el coraje para volar.